Todo lo que no es igualdad es ilegítima ventaja
De modo breve y certero: «[…] Hace muchos siglos alguien defendió́ que todas las personas del planeta somos hermanos. Desde entonces, aterrados ante las consecuencias de tal exabrupto, los fabricantes de ideas han ido poniendo tierra por medio entre los seres humanos. Durante la Revolución Francesa se cambió el principio de hermandad por el de fraternidad, pasábamos de ser hermanos a hacer como si lo fuéramos. Marx nos expropió el parentesco y nos relegó a ser iguales, como iguales son dos perros o dos números iguales. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Declaración Universal de Derechos Humanos nos hizo comensales de los mismos derechos: nuestro vínculo es legal, consensuado. Los hombres y mujeres del mundo debían aprender a tratarse de usted. Pero incómodo aun con la exasperante cercanía de los no nosotros, el neo liberalismo ha acuñado el concepto definitivo, todos somos seres globalizados, nudos de una red. La globalización es el distanciamiento supremo: no estamos juntos por estar al lado, sino porque el mismo muro nos rodea. Entre tú y yo sólo hay tampoco [sic].»[i]
Si algo hizo Darwin fue demostrar la diversidad de la evolución y que los arquetipos son mero ruido. Por eso el socarrón político británico Edwin Samuel Montagu espetó aquello de que «una característica del hombre culto es que sabe que la igualdad no es un principio biológico sino moral»[ii]. En el mismo sentido se pronunció Simón Bolívar: «[…] Si el principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres desiguales en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esa diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social»[iii]
Igualdad moral cierta, tan cierta como la heterogeneidad, diversidad, diferencia entre cada cual o como se quiera llamar a la desigualdad natural en la que cada cual va haciendo su propia vida con arreglo y dentro del ámbito natural de libertad. Igualdad no es uniformismo ni igualitarismo, sino pluralismo. Negar el pluralismo para imponer un falso, antinatural y utópico igualitarismo dogmático es propio de las ideologías de izquierda. Entre nosotros —digámoslo de una vez— de la socialdemocracia y de quienes le hacen coro, voluntariamente o por escasa formación política, violentando o encadenando la libertad individual. Para ésta cualquier desigualdad natural es imputada necesariamente a alguna ilegítima ventaja de origen social, nunca al talento innato o adquirido, al buen gusto, a la nobleza, a la elevación intelectual, al criterio estético, al correcto orden sentimental, etc., que suponen un esfuerzo, de forma que todo lo que no es igualdad es ilegítima ventaja. Lo dice crudamente la denostada Fallaci: «El problema es que la democracia ayuda a los ignorantes y a los presuntuosos a negar esta verdad, esta evidencia. La ley ayuda con el voto que se cuenta pero no se pesa, es decir con su ponerse en manos de la cantidad no de la calidad. Les ayuda con la retórica y la demagogia y el populismo[iv]».
Encadena la libre iniciativa —decía— aunque sea de forma sutil. Tan sutil como el caso, por ejemplo, de subsidiar desde la Administración Pública la educación de los disminuidos físicos y psíquicos, para que lleguen a ser “normales”, y no la de los alumnos dotados de alta capacidad que alcanzan cotas de conocimiento que exceden con mucho esa “normalidad”[v]. O establecer tales barreras burocráticas que desalienten la iniciativa privada para la innovación o los negocios, salvo que ésta se vea de algún modo subsidiada por los poderes públicos en el ámbito de un Estado Providencia totalitario al servicio de los intereses de una oligarquía de partido, bajo la que se refugia la mediocridad.
En fin, el igualitarismo es una institucionalización de la envidia[vi], que considera como mal mayor cualquier forma de superioridad, de modo que debe imponerse no solo una igualdad económica, sino de inteligencias, apariencia, etc. y hasta de la irreductible privacidad individual.
Pero los hombres del nuevo milenio tenemos recursos para todo: «¿Véis? —apunta con sorna Monasterio— Hemos logrado hacer compatible el igualitarismo con la competitividad. Hasta ahora sólo vencían los mejores, los más listos o los más esforzados. Pero esto es injusto: también los vagos, los frívolos y los memos tienen derecho a su pequeño triunfo. ¿Por qué no vamos a ser todos récord de algo? Aún hay muchas marcas por batir».[vii]
[i] SÁNCHEZ-TERÁN, Gonzalo, “Carta desde Guinea Conakry. Enguirnaldando túmulos”. El Semanal, 25 de mayo de 2002, p. 18.
[ii] Cit. SORIA, Carlos, “La familia pública, sujeto ético”. Nuestro Tiempo [Pamplona], octubre 1995, p. 104
[iii] BOLÍVAR, Simón, Mensaje al Congreso de Angostura. Cit. BETANCOURT, Belisario, en entrevista con Carlos Mendo. ABC, Madrid, 13 de noviembre de 1970.
[iv] FALLACI, Oriana, Oriana Fallaci intervista sé stessa. Traducción española (Oriana Fallaci se entrevista a sí misma) de José Manuel Vidal. La esfera de los libros, Madrid, 2005, pp. 65 y ss.
[v] TOURÓN, Javier, “Igualdad o equidad”. En http://www.javiertouron.es/2012/01/igualdad-o-equidad.html
[vi] Vd. SHOECK, Helmut, Envy: A Theory of Social Behaviour. Harcourt, Brace and World, New York, 1970. ROTHBARD, Murray, N., “Igualitarismo y las élites”. Review of Australian Economics, vol. 8, No. 2 (1995), 39-57, en http://l.lvimg.net/media/blog/index/doc/MNR-igualitarismo-elites.pdf.
[vii] MONASTERIO, Enrique, “Pensar por libre. Guinnes y sus récords”. Mundo cristiano, septiembre 1997, nº 429, p. 8.