
Esto comienza desde nuestra más tierna infancia. Un buen dibujo en la guardería puede ser suficiente para labrarse un exitoso futuro escolar. El boca a boca entre profesores y un poquito de esfuerzo puede ser la fórmula para que un alumno supere fácilmente la etapa escolar mientras que otro, tal vez más talentoso, nunca llegue a ser valorado ni disfrute del mismo apoyo que aquel que destacó en preescolar.
Seguimos creciendo y comprobando que el sistema continúa funcionando igual. La adolescencia termina de machacar al que parece más débil o consideran erróneamente inadaptado. Y ya en la edad adulta la propia sociedad al completo continúa etiquetando sin piedad a todo aquel que se aleje de aquello que se considera normal.
En el trabajo seguimos con la misma cantinela. El que consigue el mejor puesto gracias a aquellos garabatos de la suerte mencionados al principio y aquel, que como bien describió en su post Belén Goñi, es un “lanzador” infravalorado e incomprendido por su novedosa forma de trabajar, pero repleto de grandes ideas visionarias.
Así llegamos a esbozar las características del mundo en que vivimos. Diseñado por rumores que se filtran envenenando educación, política, religión y por su puesto economía. Es entonces cuando nos preguntamos: ¿Somos nosotros mismos los que manejamos el mundo a fuerza de suposiciones? ¿Valoramos más la forma que el contenido? ¿Importa más la imagen o el esfuerzo?
Si trasladamos esta visión a la economía daremos con los mismos resultados. La bolsa se mueve según especulaciones no confirmadas que llegan a adquirir más poder que las observaciones directas. Aunque sea información no contrastada no impide su rápida expansión aunque carezca de una definida fuente de información.
¿Cual es entonces la realidad actual? Todo apunta a que hemos vivido una economía creada por rumores positivos hasta el punto de no sostenerse. Ahora todos corremos hacia el lado contrario desestabilizando la balanza y rompiendo de nuevo el equilibrio.Manipulados por la avalancha de información negativa suponemos que debemos esconder la cabeza hasta que cese la tormenta, para arrimarnos de nuevo al sol que más calienta.¿Aprenderemos de esto o seguiremos por inercia en un bucle sin fin afirmando que la historia es realmente cíclica?
Sea como sea está demostrado científicamente que los rumores tienen más poder que nuestro propio criterio, ya que por desgracia, este se conforma según la visión del mundo que tienen los demás.