Sucede que desde este mismo blog mi querida María propugna que hablemos más desde el “así lo hice” o “lo hicimos asá” que de teorías con palabros que pocos comprenden: las palabras pueden o no convencer, pero el ejemplo arrastra. Cierto. Estoy totalmente de acuerdo con ella, pero también discrepo —ella me sonreirá— porque otros son los planteamientos que afectan al gobierno de los hombres. Uno no puede contar las penas o alegrías de su “lo hice así” sin que exista un previo marco legal para ello. Y es que primero hay que dotarse de unas leyes y reglamentos buenos, innovando —sí innovando procedimientos— sobre los vigentes o dotándose de unos nuevos.
Y es que la “innovación” —malamente asociada al “progreso” tecnológico— es una palabra huera, un palabro vacío de contenido al que se recurre en el discurso político de nuestros días para estar à la dernière, para quedar bien ante el auditorio, sin que el que la pronuncie pestañee horas después recortando consignaciones presupuestarias públicas a ella destinadas, alegando para sus adentros que el resultado obtenible es a tan largo plazo que no “se ve” y es tan difícil de rentabilizar al término de una legislatura, que siempre hay asuntos más perentorios y lucidos.
Por eso, desde aquí, tenemos que advertir a los señores parlamentarios —entre los que se sienta el Gobierno— que no se vean tentados de parir una nueva ley revolucionaria y tal y cual sobre la innovación, sino limitense por el momento a eliminar barreras de toda índole para que se pueda innovar y también emprender negocios. No vean sospechosos de fraude fiscal entre, por ejemplo, los mecenas… Créanse de verdad que socialmente los únicos que no infunden confianza son ustedes porque han perdido la de los ciudadanos que los eligieron. La confianza se merece, no se impone, es proceso y resultado y se pierde en un plis plas.