Vengo desde hace un tiempo recapacitando sobre cuanto aquí tratamos acerca de la innovación como elemento determinante para un auténtico progreso, el que redunda en beneficio de la sociedad y, a la postre, de las personas que la conforman. Y me hago muchas preguntas. Todas resultan encadenadas, porque nada es casual. Me pregunto si es igual que a uno le paguen por innovar o que innove, ni más ni menos, mientras realiza un trabajo concienzudo. E inmediatamente me asalta una nueva cuestión: si uno se siente empresa o no, es decir, si sólo se contenta con que le paguen un salario a fin de mes y cruza los dedos para que esto siga así y no se vea envuelto en un ERE. Me estoy cuestionando la motivación del y en el trabajo, cuando se palpa en el ambiente un desapego generalizado hacia la empresa, donde uno se siente crecientemente considerado como un frío factor de producción de bienes y servicios para que con ellos el capital y/o la alta dirección obtenga un beneficio ilimitado. Un factor humano que se puede ajustar o prescindir de él, según vaya la cosa económica, mientras a los mandos intermedios (currelas de superior rango) les imparten conocimientos de management, dirección de personas, liderazgo, etc. que —¿lo decimos?— no tienen en cuenta el valor real de la persona humana, sino su rendimiento. Cierto que la productividad está en función de la motivación, pero también del sentido del trabajo, que no puede ser inventado por la empresa, sino encontrado por cada cual según la percepción que tenga de —¿lo decimos también?— de la felicidad. En fin, me pregunto si cabe innovar sin motivación ni un claro sentido del trabajo propio. Primera cuestión, pues, la desacreditación de la empresa.
Otra cuestión que me asalta es la evidente desafección hacia la economía como medio para allegarnos los bienes necesarios para el vivir de cada día. Pero no por ella misma, sino por causa de quienes la vienen dirigiendo —digámoslo— instrumentalizando al hombre, en este caso también contribuyenteademás de productor. Una desafección progresiva desde 2003, cuando estalló el escándalo Enron y el Foro Económico Mundial adoptó como lema «Construir la Confianza».¡Mejor hubieran dicho reconstruirla! Lo expresaba la prensa más conspicua: «Gone is the mood of arrogant triumphalism that characterized Davos meetings of a few years ago. Chief executives who were acclaimed then as the new masters of the universe, lofted upwards on buoyant markets and visions of endless growth, have been brought abruptly down to earth.»[1] Se evaporó hacia quienes maximizaban el beneficio. La confianza, tan difícil de definir como la salud, hasta que se pierde. «Like love and respect, trust is something people take for granted, until they lose it. […] Trust is the glue that holds everything together, the bond that creates healthy communities and successful businesses.»[2] . Una cuestión ésta que afecta a la democracia, y más concretamente a los políticos, a quienes alguien —haciendo diana— ha calificado como gestores de la desconfianza. Segunda cuestión, la desacreditación de los rectores económicos y políticos.
La tercera cuestión no es tanto la globalización como —en palabras de Bustelo (2002)— tener que abandonar los sectores protegidos por las políticas europeas, «salir a la intemperie»[3] y tener que competir con economías más dinámicas. Aún apuntaba más: «Europa no saldrá del agujero mientras no se acepte sin complejos que el llamado Estado de bienestar —es decir el bienestar del Estado— no sólo es ineficaz, sino profundamente injusto.» Lo estamos comprobando con creces diez años después. Reventados los modelos al uso, con la crisis capitalista se nos ha acabado la paz, la seguridad y el despepite con el que hemos vivido a fines del siglo XX. Se abre una era en la que parece dominar la incertidumbre en la evolución general del mundo, en el trabajo y en las relaciones sociales… ¿Quizá también un sutil autoritarismo de nuevo cuño, ya predicho por literatos?
Y sigo planteándome “inexplicables” por qués y mi parte que por acción u omisión he podido tener en ellos. Pudiera temer que el hombre acabara siendo —en lúcida expresión de José Luis Sampedro (2005)— «periférico de las máquinas»[4], es decir, sólo dado a construirlas y servirlas. En fin, en el fondo del todo, en su raíz, están cuestiones éticas de gran calado, ahora desatendidas cuando no despreciadas, que afectan al ser y al vivir del hombre. Decía Schwab en la apertura del WEF de 2003 que «los negocios no solo deben ser provechosos. Deben también ser responsables. No sólo deben representar un valor, sino valores».[5] ¿Lo han sido…? ¿Lo son…? Viene a mi recuerdo Aristóteles, cuando distinguía la economía cuasi doméstica de aquélla otra, «resultado del tráfico», cuyo objeto es dedicar «medios que [el hombre] no tiene» para «amontonar bienes», «en busca de goces corporales».[6]
¡Vaya tropiezo histórico! Pero tengo que manifestar también mi confianza en la persona humana y en su enorme capacidad creativa. Es una constante histórica que siempre ha corregido el rumbo tras los pasos perdidos.
[1] Financial Times, Editorial of Jan 18th, 2003,
[2] SCHWAB, Klaus y MALLERET, Thierry. Wall Street Journal. New York, Jan 28th, 2003.
[3] BUSTELO, Carlos, “Pobre Europa rica”. ABC, Madrid, 13 de octubre de 2002
[4] SAMPEDRO, José Luis, entrevista con Ana Tagarro. El Semanal, 16 de octubre de 2005, p. 40
[5] SCHWAB, Klaus. Vd. Zenit, ZSI03020803, 2003-02-08
[6] ARISTÓTELES, La Política, libro I, cap. III. Traducción española de Patricio de Azcárate. Madrid, Espasa-Calpe, 9ª ed., 1962, p. 36-37. Escribió más acerca del dinero, “clavando” nuestra situación actual, pero no quiero extenderme, aunque me tienta.
Autor: José Ángel Zubiaur
Convencido de que innovar es adoptar nuevos cauces e instrumentos para dar respuesta a una nueva realidad que nos resistimos a aceptar, manejar, dirigir y orientar, aporta una experiencia acreditada en gobernanza, tanto en España como en el resto de la UE. Ha liderado proyectos estratégicos públicos, privados y mixtos, en cooperación interregional y transnacional, compartiendo recursos estratégicos para el desarrollo territorial y de organizaciones, mediante procesos horizontales asentados en el conocimiento de las personas