Esta semana, me tocaba “impartir” una sesión sobre Equipos multidisciplinares, alianzas y redes para innovar a los alumnos del Grupo YES, unos intrépidos que se atreven a ofrecer servicios a empresas desde su equipo multidisciplinar de la universidad.
Como ya han demostrado varios sabios de la cuestión, en segundo lugar por detrás de la práctica continuada, no hay nada como tratar de enseñar algo, para desmenuzarlo y profundizar sobre lo que significa y para qué sirve.
En la sesión que os describo, tras calentar motores con una dinámica de trabajo en equipo, estuvimos conversando sobre los roles de la innovación y sobre la importancia de saber complementarse y saberse complementarios. Esto no es ni más ni menos, que conocer nuestras capacidades y discapacidades (el que esté libre de pecado…) para fortalecer lo que aportamos y contrarrestar lo que podríamos restar cuando necesitamos alcanzar un objetivo común al que sólos no podemos llegar.
El trabajo en equipo no deja de ser un “basic” para alcanzar metas que nos superarían individualmente. Es mucho más que un reparto de tareas y tiene bastante, cuando funciona, de melodía que pasa a ser mágica si la orquesta toca acompasada e ilusionada.
Sin embargo, para mí, la parte fascinante de las redes que vas creando si caminas con mente abierta y con voluntad de tejerlas, es el potencial para descubrir nuevas metas que no habías imaginado y para encontrar compañeros de viaje (a veces para tan sólo trayectos cortos) que poseen capacidades sorprendentes que no sueles percibir a la primera de cambio. Día tras día, la experiencia me demuestra que la innovación abierta y las conductas que describe Christensen en su ADN del innovador, son las que nos harán pensar en hacer tartas más grandes (océanos azules, innovación disruptiva…) y no en como pelearnos para repartir la tarta estándar que vemos en la vitrina.
Soy una entusiasta del poder de las analogías y el pensamiento sistémico. Quizás esto me condiciona para interpretar las cosas que me pasan y las que observo. Muchas veces, hace que mi capacidad de hacerme entender cuando ato cabos aparentemente dispersos sea limitada.
En la sesión del martes con los alumnos me sentí así, limitada para expresar en dos horas el poder de una red bien tejida, no tanto para el hoy como para el mañana. La lección sobre simbiosis y parasitismo debería ser repetida machaconamente en todos los ciclos educativos y mensualmente en las marquesinas de los autobuses.
Mostré a “mis chavales” varios ejemplos de redes (os “linko” algunos al final del post) dejando para el final, los relacionados con redes sociales “on line”, por un lado tan obvios, pero que pueden llegar a ser por otro tan infoxicantes que desvirtuan las condiciones necesarias para formar parte de una buena red estable: confianza y constancia, talento para dar y recibir, personalidad y actitud colaborativa, visión compartida por muy etérea que sea, tecnología al día (idiomas y TIC incluidos) y comunicación para compartir información y generar resultados exponenciales.
Quería transmitirles la importancia del capital social en resumen, porque de nada sirven el dinero y las RRSS si no sabes quienes son los mejores ni eres capaz de “empatizar” con ellos para generar y poner proyectos en marcha.
Y de nuevo, una vez acabada la sesión, volví al tajo rascándome la cabeza para encontrar mejores formas de hacer que los estudiantes que pasan por programas formativos, puedan llevar a cabo un verdadero aprendizaje experiencial que les convenza más que lo que ven y practican “in vitro” en clase.
Os animo desde aquí a las empresas que funcionáis así, a lanzar más proyectos y ejemplos reales a estos chavales inquietos que necesitan practicar para comprender la potencialidad de estos conceptos que tanto se predican hoy en día.
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YET2 red de innovación abierta