Pintan malos tiempos y desde altas instancias de la administración se dice que hay que innovar como sea para salir del mal paso. El caso es que esto de la innovación no funciona así, como quien produce salchichas apretando un botón. Y para arrancar siquiera media sonrisa a quien me lea, traigo a cuento hoy la parte que interesa de un artículo, escrito en 1958 por “TONO” (Antonio de Lara), antes de nuestro afamado Plan de Estabilización. Se encuentra en su obra ¡Viva yo! Historia larga de una vida corta. Obviamente he de advertir que cualquier homofonía buscada por el lector sería abusiva por intempestiva.
Imagínese el lector al rey y a la reina sentados en sus respectivos tronos del salón de recibir de Pepelandia. Acuciados quizá por la ruina empresarial y el desempleo, mantienen el siguiente diálogo, tan actual como «codornicesco» y audaz, como para el lector más inteligente.
El monarca se muestra jactancioso de la inventiva patria:
«—¿Y quién es ese Renato Donatelli? —preguntó Carlota.
—Renato Donatelli es una de nuestras glorias pepelandesas.
—¿Ha inventado algún nuevo satélite? —preguntó mi esposa con más ironía todavía.
—No ha inventado ningún nuevo satélite —respondí—, pero el día que quiera lo inventará.
—Entonces, ¿por qué es sabio?
—Porque desde su más tierna infancia lo ha demostrado. No hace todavía mucho, ha fundado un asilo para huevos huérfanos. ¿Qué os parece?
—¿ Y en qué consiste ese asilo?
—Consiste en que, como ya sabréis, los huevos que hay en los mercados desconocen quiénes fueron sus padres y, por esta razón, las gentes se los llevan a sus casas y los fríen sin la menor consideración. Pues bien; en el asilo de Renato Donatelli se les cuida, se les incuba y acaban siendo unos pollos hechos y derechos.
—¿Y qué más ha hecho ese Donatelli?
—Durante muchas horas alumbrado tan sólo por el resplandor de algunos gusanos de luz —ya que carecía de medios para otra iluminación—, estudiaba y estudiaba y así consiguió cosas tan beneficiosas como que los espárragos acabaran en punta; que las cebollas estuvieran envueltas en esa especie de celofán; que las ciruelas fueran claudias; que los macarrones tengan un agujero por dentro y, tantas y tantas otras cosas …
—Pero, ¿qué cosas?
—Ha inventado también el roto, la planta del pie izquierdo, la uña larga, el dedo en la llaga y hasta la mujer del prójimo …
—Bueno … —dijo Carlota aplastada por mis explicaciones—. Todo eso es muy digno de elogio, pero, vos os quedáis en casa por las noches …
Y, levantándose de su trono, se fue a tomarle la cuenta de la compra al Ministro de Abastecimientos y Mercados.»
Aunque por lo que digo así pudiera ser, espero que hoy no lo sea.