Tres son las ideas que creo sustantivas para que tenga lugar la innovación (ver post innovar con ilusión) necesidad de la existencia de un proyecto, poner ilusión en el mismo y ejercer la propia vocación. Vuelvo hoy sobre la idea de proyecto.
«España —se ha escrito— tiene una enérgica personalidad, una originalidad que le viene precisamente de tener sus raíces sólidamente hincadas en un suelo histórico; sobre el torso que le es común con otros pueblos se levanta su modulación peculiar, que importa retener y salvar […] No, España no es un fenómeno de feria, sino un país que ha dado no pocas pautas al mundo y ha contribuido enérgicamente a hacerlo; y estas pautas son también válidas para ella». Pero es un hecho indubitado que España, como país, anda muy por debajo de sus posibilidades históricas, señalaba también Marías hace varios decenios[1]. Y anticipaba que para reconstituirse requiere «programas de vida colectiva» que eleven el nivel humano a partir de una mejora económica, mediante una movilización total del país, con respeto a las pluralidades de vida, pero con concordia. «El desarrollo económico es admirable cuando es una manifestación del desarrollo humano», escribía. Son —en su opinión— los partidos políticos[2] quienes tienen que ofertar dichos programas a la sociedad y ésta aceptarlos o no.
Leía hace unos día a un discutido autor[3], con cuyas palabras hoy me identifico, que «todos tenemos el lugar que nos corresponde en la historia» y que, en la situación de grave crisis como en la que nos encontramos inmersos en España nos caben dos posibilidades: no hacer nada y enquistarnos en la crisis, con el empobrecimiento económico, mental y espiritual subsiguientes, o bien plantarle decididamente cara, diseñando un proyecto radical de país a medio/largo plazo contando con la sociedad civil, actualmente muy débil. Un proyecto de país en términos económicos, sociales y políticos, partiendo de un plan estratégico de España que, con mentalidad empresarial, defina claramente dónde podemos crecer con el objetivo de —en lógica secuencia— crear empresas para generar riqueza y puestos de trabajo. Con talento práctico y, sobre todo, sin olvidar que este plan y proyecto han de ser ejecutados por los españoles más jóvenes.
Un plan como el citado de por sí ya es innovativo. Su contenido no puede más que incorporar innovaciones, porque aquí y ahora sólo podemos plantearnos nuestro crecimiento económico en términos cualitativos basados en el conocimiento, no cuantitativos. Innovar para mejorar, quizá para vivir mejor.
Tengo por costumbre tomar notas sobre la marcha, manuscritas, escaneadas o de voz, de aquellos dichos o argumentos que llaman mi atención. Resulta que una de ellas, de la que lamentablemente no conservo su autoría ni fecha[4], se refiere al tema sobre el que recapacito ahora. Plantea el propósito innovador en un horizonte de fines más amplios y profundos que los estrictamente económicos, que son condición básica para todo lo demás. Señala que la innovación en lo económico resuelve la cuestión del “de qué vivir”, pero no la del “para qué vivir” ni “cómo convivir”. Dicho de otro modo, «toda innovación de las condiciones materiales de vida tiene su efecto en las condiciones humanas de realización personal, necesariamente social». Por eso, estima que «el fin básico y permanente no debe ser la cosa innovada sino el sujeto innovador responsable de su propio comportamiento», lo cual le obliga a innovar desde el conocimiento más avanzado posible y desde valores éticos enraizados en la dignidad humana. «La ciencia avanzada hace posible el progreso técnico. Los valores proporcionan la ética. Ambas, técnica y ética, deben ser el bimotor del comportamiento innovador sabio y sostenible».
Así quedamos en la tesitura de tener que hacer y sacar adelante un proyecto innovativo de un país que se llama España, ilusionante, sabio, sostenible y ético.
[1] MARIAS, Julián, Meditaciones sobre la sociedad española. Alianza Editorial, Madrid, 2ª ed., 1968, pp. 8-43.
[2] El concepto que tiene de ellos Marías es «que sean pocos, que correspondan a vastos grupos de opinión, que no sean “religiones” ni concepciones de la vida ni ideologías, sino zonas de coincidencia acerca de los problemas específicamente políticos, sin que esto lleve consigo que los miembros del mismo partido compartan las convicciones religiosas, los gustos literarios o las preferencias amorosas de los demás». (Op. cit. pp. 39-40)
[3] CONDE, Mario, De aquí se sale. Eds. Martínez Roca, Madrid, 2ª ed., 2011, pp. 221 y ss.
[4] Que me perdone, pero pudiera ser un catedrático de Teoría Política de la Universidad de Deusto.
Autor: José Ángel Zubiaur
Convencido de que innovar es adoptar nuevos cauces e instrumentos para dar respuesta a una nueva realidad que nos resistimos a aceptar, manejar, dirigir y orientar, aporta una experiencia acreditada en gobernanza, tanto en España como en el resto de la UE. Ha liderado proyectos estratégicos públicos, privados y mixtos, en cooperación interregional y transnacional, compartiendo recursos estratégicos para el desarrollo territorial y de organizaciones, mediante procesos horizontales asentados en el conocimiento de las personas